Podría describirte con mil palabras bonitas, podría contarte
por qué me enamoré de ti, por qué me gustas tanto. Pero eso ya lo sabes.
Prefiero decirte que odio tu cabezonería, que juzgues mis
actos y los tuyos no. Que me riñas por algo y tú lo hagas después, que te
enfades por cosas que no hago y te empeñes en decir que es así.
Porque si yo digo blanco, tú dices negro; si giro a la
izquierda, tú vas a la derecha; si río no lo entiendes y si lloro te ofendes.
Contigo todo es muy difícil, es cierto. Contigo intento dar
lo mejor de mí, y nunca es suficiente.
El mundo se preguntaría entonces, ¿por qué has de quererle? Y
mi respuesta es: ¿por qué no? Todos tenemos mil defectos, yo me equivoco el 99%
de las veces, pero cuando tú lo haces sólo necesito que lo admitas. Sólo eso.
Prefiero contarte que odio que me veas llorar y te salga
decirme que estoy loca o que soy una cría, en vez de abrazarme hasta que la última
gota de mis ojos moje tus hombros. Lo odio.
Pero lo que no puedo odiar es a ti. No puedo odiar la forma
en que me despiertas por las mañanas, la forma en que me abrazas, o abrazabas,
cuando hace frío. Esa forma que tienes de encandilarme cada vez que me hablas
de ti, o de hacerme sentir orgullosa cuando estás frente a mi familia.
Sí, tengo mil motivos para no quererte y estoy segura de que
no admitirías ni uno. Sin embargo te puedo decir que te quiero con este nudo en
la garganta que no me deja abrir la boca, con este dolor en el pecho que sólo
me empuja a llorar. Te quiero, simplemente porque no lo puedo evitar.